Oxígeno y calma, esas son las necesidades más habituales de los pacientes con Coronavirus (COVID–19). Hacer un recorrido por los pasillos del Centro Médico Naval “Cirujano Mayor Santiago Távara” jamás volverá a ser el mismo. Hoy es un lugar con pasadizos de personal silenciosos, sin risas, ni conversaciones a medio camino, con saludos a distancia y algunos ojos vidriosos que a veces intentan esconder el miedo.
Pasillos donde todo el mundo lleva mascarilla y no sólo desfilan médicos, pacientes y enfermeras de uniformes blancos, sino también, gran cantidad de personal militar vestidos de camuflado, personal administrativo revisando una y otra vez solventar toda la documentación a tiempo y personal de mantenimiento y limpieza realizando un minucioso trabajo de desinfección veinticuatro horas al día.
Y en la primera línea de combate,
el personal de salud. Ellos, nuestro primer frente de ataque contra el Covid–19
están desplegados en las diferentes salas brindando servicios de salud con
calidad y calidez; revestidos con Equipos de Protección Personal (EPP) que
incluyen: chaqueta y pantalón descartable, gorros descartables, traje de
seguridad, botas descartables, guantes de examen, mandilón - bata impermeable
descartable, guantes de nitrilo, respirador N95, lente protector, mascarilla
quirúrgica y protector facial.
Muchos aun no terminan de
asimilar lo que está sucediendo. Van vestidos de una de las maneras más
incómodas que se pueda imaginar, y solo se puede salir, si la guardia va bien,
una o dos veces en el turno; pero todo habrá valido la pena al concluir la
ronda, cuando observan pequeñas sonrisas, esas que transmiten paz… cuando llega
el informe médico y algunos de los pacientes ya han logrado ganar la batalla. En
tanto, otro grupo sigue dando la pelea y por ellos no hay cansancio o sed que
valga, hay que seguir… se repiten una y otra vez… evocando a su vocación de
servicio.
EL CORONAVIRUS DEJA HUELLAS EN EL
ALMA
“Felizmente cuento con el apoyo
de mi esposo y mis hijos” precisó Eugenia al pronunciar estas líneas y dar un
respiro que la llena de paz. Eugenia SALAZAR Palomino (42), es Licenciada en
Enfermería y trabaja hace más de veintiún años para la Marina de Guerra del
Perú.
El coronavirus no sólo es una
enfermedad física, sino que arraiga consigo otras emociones. El impacto de esta pandemia deja huellas silenciosas,
esas que solo quedan en el alma. Algo dubitativa sintetiza que uno de los
grandes temores que le genera esta enfermedad, es el poder transmitirla a sus
seres queridos o que ellos puedan sentir dolor al verla caer enferma. “Hay días
en los que mis hijos se preocupan sólo con escucharme estornudar, me cuidan mucho.
Una vez que vuelvo a casa luego de trabajar, no me expongo más a la calle, así
evito la sobrecarga viral”, comentó la Licenciada en Enfermería.
Elegí ser Enfermera porque veía
mucho, dolor, preocupación y desconfianza en las personas al no querer asistir
a los Centros de Salud. Es así que, me propuse mejorar eso; teniendo paciencia,
educando en cuanto a la prevención de sus dolencias y enseñándoles a llevar su
tratamiento, recalcó: “Descubrí mi vocación porque orientar y atender a las
personas me hace feliz y más al verlos recuperados. Oír un “gracias” es lo más
satisfactorio para crecer como persona.
Por necesidad de servicio
actualmente trabaja en la Sala 5-2 del Centro Médico Naval, donde es cotidiano
ver el temor en los ojos de los pacientes, en muchos casos asumiendo que el
Covid-19 acabará con ellos. Ahí es donde inicia nuestro trabajo, no solo de
salud sino al menos brindando una palabra de aliento enfatiza Eugenia.
“Lo que más necesitan es apoyo
emocional, hacerles sentir que no están solos, que no los vamos a abandonar,
demostrarles que siempre estaremos monitoreándolos. El sólo hecho de
controlarles las funciones vitales y preguntarles por sus molestias es un
aliciente para ellos. En ese momento es cuando se visualizan los frutos de
nuestra atención, porque desde su ingreso van cambiando de mentalidad, de ese
modo se les hace más llevadera la enfermedad, entendiendo que es un proceso
largo, pero que con el tratamiento encontrarán mejoría, todo sumado a la
satisfacción de ver que sus compañeros de sala son dados de alta”, indicó.
En ese contexto, la Licenciada
SALAZAR expresó: “Mi día inicia con el reporte de las colegas del turno
anterior, luego limpio mi área de trabajo y procedo a vestirme con los
implementos del Kit EPP, que por cierto luego de dos horas de uso, te hace
sudar terriblemente, por ello, no debemos exponernos tanto ya que la humedad es
un caldo de cultivo para cualquier virus y/o bacteria. Ingresamos al área
contaminada cada dos horas, excepto que se presente un ingreso o emergencia en
la sala. En el lugar, observo los balones de oxígeno, si están vacíos
procedemos a cambiarlos; siendo este algo pesado, es una acción que realizamos con
ayuda de otra Enfermera o de las Técnicas en Enfermería, sin embargo, de igual
modo nuestras columnas vertebrales suelen pasarnos la factura. Acto seguido,
monitoreo la hidratación del paciente, reviso su tratamiento, si sus catéteres
están permeables, coordino la limpieza de sus ambientes, además de sus
alimentos. Como parte de mi rutina, realizo pruebas de AGA (Medición de la
cantidad de oxígeno y de dióxido de carbono presente en la sangre) a seis u
ocho de los pacientes, así como electrocardiogramas; durante la tarde y noche volvemos
a revisar la oxigenación, hidratación y tratamiento de los pacientes”, concluyó
Eugenia SALAZAR.
“Al acabar mi guardia, solo me
reconforta la mejoría y el agradecimiento de mis pacientes. A los que están en
casa, les pido que se cuiden y que solo salgan lo necesario, y al personal de
salud, que está en nuestra misma situación, por favor, no se expongan a la
sobrecarga viral ya que no hay muchos hospitales con camas disponibles; les
pido limpieza, conciencia, colaboración, honestidad y paz con nuestro Dios,
gracias”, finalizó la Licenciada en Enfermería Eugenia SALAZAR Palomino.
SER LUZ EN MEDIO DE LA OSCURIDAD
Edith FALCÓN, Enfermera durante
muchos años de la Clínica de Familiares del Centro Médico Naval destacó que
esta pandemia que azota al mundo entero le ha enseñado a confiar más en Dios, a
depender únicamente de él: “A él le entrego mi vida y la de mis seres queridos
y tengo la seguridad de que Dios está conmigo y no me abandonará; me guiará para
ser una buena enfermera y hacer las cosas correctamente sin dañar a nadie, me
permitirá ser luz en medio de la
oscuridad que sienten mis pacientes”.
Es irónico, pero al inicio no
elegí mi vocación, solo me dejé guiar por el test vocacional, aseguró la
Licenciada en Enfermería Edith FALZÓN Sánchez (46), quien fue formada en la
Escuela de Enfermeras de la Marina de Guerra del Perú y quien recientemente
cumplió veintiún años de trayectoria profesional en la institución.
Hoy en día labora en la Sala 5-2,
donde a diario se atienden entre quince y diecisiete pacientes diagnosticados
con Covid-19. “En el transcurso de mi carrera comprendí que no me equivoqué, me
gusta ser enfermera y servir al prójimo. Atender y comprender a mis pacientes
me da mucha satisfacción y al verlos recuperados mi corazón se llena de alegría,
por ello, agradezco a Dios todos los días por guiarme en esta labor tan
hermosa. Siempre le pido que me de fuerza, habilidad, conocimiento y seguridad
en todo lo que hago para poder dar todo de mí, más aún en esta etapa tan
difícil que estamos viviendo.”
El personal de salud, las Fuerzas
Armadas y la Policía Nacional del Perú, todos están en el frente de combate.
“El acontecer que vive el país es lamentable, tal vez todo sería distinto si
las personas hubiesen entendido la gravedad de la enfermedad, obedeciendo las
restricciones del estado y teniendo las medidas de protección adecuadas”,
resalta la Licenciada FALCÓN.
Al brindar Atención Integral de
Salud se debe considerar algunos cuidados esenciales en el caso de niños,
adultos mayores y adultos, pues en el caso de los dos primeros estos son más
dependientes, es así que, necesitan especial atención con técnicas efectivas
para interactuar con ellos, ser más minuciosos.
“Al interactuar con los pacientes
me embargan muchos sentimientos encontrados. Temor por contagiarme y contagiar
a mis seres queridos, tristeza al verlos asustados con miedo de empeorar y
morir, impotencia al no poder ayudarlos cuando los profesionales de salud ya no
les dan más esperanza. Me apena mucho está situación, por ello, trato de hablar
con mis pacientes, dándoles ánimo y pidiéndoles que no pierdan la fe. Cada que
estoy con ellos, les pido que no desfallezcan, que luchen por ellos y su
familia, y que cualquier cosa que necesiten lo manifiesten para tratar de
ayudarlos” sintetizó la Licenciada en Enfermería.
METAMORFOSIS LABORAL Y ESPIRITUAL
“Yo tengo la suerte de trabajar
en el Centro Médico Naval desde hace treinta y tres años”, comienza Esperanza
LIVIAPOMA Rea (54). El Hospital Naval ha cambiado mucho en los dos últimos meses
y no hace referencia solo a la implementación del nuevo Hospital de
Contingencia Covid-19 habilitado por la Marina de Guerra del Perú, su
definición va más allá.
“Soy Técnica en Enfermería y he
trabajado en diferentes servicios del Hospital Naval durante mi trayectoria
profesional, por eso digo lo de la suerte”, destaca, subrayando que, sin
embargo, esta pandemia nos ha afectado a todos, es increíble lo que estamos
viviendo, ni siquiera el haber atendido a una gran cantidad de pacientes durante
tanto tiempo te prepara para la metamorfosis laboral y espiritual que estamos pasando
ahora, debido a la llegada del Covid-19 a nuestro país. “El Centro Médico Naval
no es el mismo, por la necesidad del servicio se han tenido que unir diversas
salas, el ingreso ahora solo es por la puerta vehicular, lugar donde nos toman
la temperatura y pasamos por un proceso de desinfección, los turnos han variado
y ampliado sus horarios, así como los días de descanso, nuestra indumentaria es
distinta ahora usamos diversas capas de ropa a fin de salvaguardar nuestra
salud y la de nuestros pacientes” afirmó la Técnica en Enfermería.
Desde muy niña me gustó apoyar a
las personas, es así que, durante mi adolescencia llevé un curso de “Servicio y
Apoyo a la Comunidad”, en ese momento es donde descubrí mi vocación de
servicio. “En los dos últimos meses realizo turnos de 24 horas en salas como:
Sala de Supervisores, Sala 3-1, Sala 3-2, entre otras, en las que diariamente
se atienen entre dieciséis y veinte casos de pacientes diagnosticados con
Covid-19”, explica Esperanza LIVIAPOMA.
Con la voz entrecortada aseveró
que esta enfermedad es tan delicada que es imposible no tener sentimientos
encontrados mientras se brindan las atenciones de salud, “Ver a los pacientes
con los ojos llorosos, con el semblante decaído, sumado a los síntomas de la
enfermedad es muy difícil. Nosotros también tenemos familia, también tenemos
miedo, pero nuestra labor es mantener la calma, ser firmes y como decía siempre
mi madre la procesión se lleva por dentro. Nuestra labor no es solo es brindar
cuidados de salud sino también tratar de aliviar de algún modo la pena de
nuestros pacientes, retransmitiéndoles seguridad ante tantas malas noticias y
datos estadísticos que brindan los medios de comunicación.”
En cuanto a las tareas que se
desempeñan en la sala en la que presta servicios recalcó: “Amo mi trabajo y al
ver a mis pacientes tan vulnerables no hay cansancio, hambre o sed que
prevalezcan, uno se olvida hasta de ir a los servicios higiénicos, primero son
ellos. Al llegar, recibimos las novedades de la guardia anterior, revisamos los
humificadores de los pacientes que tienen oxígeno para ver que contengan el
contenido de agua estéril necesaria para su uso, paulatinamente entregamos los
desayunos y se les brinda comodidad y confort a los pacientes. Una vez que
verificamos que ya no necesitan nada urgente, nos retiramos a la sala adyacente
para retirarnos el EPP e iniciamos nuestra respectiva asepsia para salir al
exterior y realizar la labor administrativa: llevar interconsultas, ordenes de
laboratorio, perfil Covid–19 (Muestras de sangre y orina), entre otros.
La señora LIVIAPOMA puntualizó, “De
solo pensar que pueden ser tus padres, esposo o hijos, hace que nos mantengamos
en pie y sigamos dando la batalla todos juntos. Trato de atenderlos siempre con
cariño, como si todos fuésemos una sola familia. Por las tardes repartimos el
almuerzo, en las noches la cena y monitoreamos los humificadores nuevamente.
Asimismo, desarrollamos el balance hídrico de cada paciente tres veces al día;
verificando la cantidad de desayuno, almuerzo y cena consumidos, así como, la cantidad
de diuresis”.
El soporte emocional es fundamental
en este proceso que estamos viviendo, el apoyo de los familiares de los
pacientes hospitalizados y de los que están en aislamiento domiciliario, que
muestren comprensión. No nos saturemos de información, démonos un respiro
exhortó la Técnica en Enfermería LIVIAPOMA Rea.
Concluye, “El miedo es natural en
estas circunstancias, pero creo en Dios y confió en que mientras sigamos las
recomendaciones de prevención establecidas, con un correcto cuidado en el trabajo
y hogar, todo estará bien. A las Licenciadas y Técnicas en Enfermería nos ha
tocado ser soldados y no estábamos preparados ni mental, ni emocionalmente,
pero no hay nada que nos detenga. No hay mejor motivación después de una larga
guardia que ayudar y salvar vidas. Gracias”.
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